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La inflación en Venezuela ha alcanzado niveles tan absurdos que cualquier intento de ponerle un precio a la risa parece un ejercicio de locura.

Mientras el mundo se queja de la subida del café, aquí estamos nosotros, comprando un litro de aceite a precio de billete de avión. Hoy haremos un viaje a través de las cifras, pero no te preocupes: no necesitaremos cohetes ni pasaportes. Solo un poco de humor y un toque de ironía para sobrellevar lo que podría ser una pesadilla.

El ascensor de precios

Imagínate en un ascensor que sube a toda velocidad. No estás solo; llevas contigo una cesta de la compra, y el precio de cada producto que añades parece multiplicarse como por arte de magia. Al presionar el botón del «piso 1000«, el indicador no solo se queda atascado, sino que empieza a retroceder. Y es que, mientras nuestros salarios se desplazan lentamente como tortugas con jet lag, los precios se lanzan al espacio como cohetes de la NASA.

Hablando de salarios, el último aumento que recibimos parece un chiste. Es como recibir un caramelo de menta en vez de una hamburguesa: bueno, pero no sacia. Si el salario mínimo fuera un ascensor, sería el que lleva a la planta baja. Mientras tanto, los precios suben como si tuvieran un contrato exclusivo con el ascensor más rápido del mundo.

Precios que desafían la gravedad

Los precios en Venezuela han alcanzado tal altura que podrían dar una vuelta a la Tierra. ¿Quieres un café? Prepárate, porque en vez de pagar por una taza, podrías financiar un viaje a Marte. Un litro de aceite ha pasado a costar lo mismo que una cena en un restaurante de lujo. ¿Quién diría que freír un huevo podría ser tan costoso? «¿Qué prefieres: un huevo frito o un viaje a la luna?», es la pregunta que debería hacerse cada venezolano al abrir su billetera.

Pero, en serio, hablemos de productos básicos. En algún momento, la harina era un elemento esencial en la dieta de los venezolanos. Hoy en día, parece más un artículo de lujo. Compras un paquete y sientes que has adquirido un objeto de arte contemporáneo. Y no hablemos de la carne, que está tan lejos de nuestro alcance que parece haber desarrollado su propia órbita. «¿Quieres carne o prefieres un viaje al extranjero?», es una pregunta que no debería hacerse, pero aquí estamos.

Inflación y la vida diaria

La vida cotidiana en Venezuela se ha convertido en un ejercicio de supervivencia, donde la creatividad es la moneda más valiosa. Cada día es un nuevo capítulo de «¿Cómo sobrellevar la inflación?», una serie que podría rivalizar con cualquier drama televisivo. La compra del día se convierte en una especie de juego de mesa donde las reglas cambian cada hora.

Las conversaciones en la calle han cambiado de «¿Viste el último partido?» a «¿Cuánto costó el último litro de gasolina?». Los «expertos» en inflación, esos gurús de la economía que surgen de las sombras, han desarrollado teorías que van desde lo cómico a lo surrealista. Uno de ellos, un hombre de unos sesenta años que parece haber sobrevivido a todo, sostiene que la solución es: «dejar de comprar y solo soñar». Claro, porque soñar no sube de precio.

Las historias de la vida diaria son un reflejo de la resistencia venezolana. Imagínate a una madre que va al mercado con una lista de compras que parece más una carta a Santa que una guía de compras. «Hoy quiero comprar frijoles, pero si el precio de los frijoles se va a la luna, tal vez solo compraré un paquete de sueños».

A medida que cerramos este viaje a través de la inflación venezolana, recordemos que, a pesar de lo absurdo de la situación, la risa es nuestra mejor compañera. Si vamos a viajar a la luna, hagámoslo con una sonrisa y una buena dosis de sarcasmo. Al final del día, reírse de lo que nos afecta es una forma de resistencia. La inflación puede ser una montaña rusa, pero nosotros somos los que elegimos disfrutar del paseo, aunque la entrada cueste un ojo de la cara. ¡Así que, sigamos riendo, que la vida es corta y los precios, exorbitantes!