Hola.
Soy el asiento del Metro.
Sí, ese mismo que parece acolchado pero no lo es. El que está entre la ventana rota y el que da al pasillo lleno de morrales asesinos.
Ese que todos codician cuando lo ven vacío… pero que muy pocos respetan.
Hoy decidí hablar, igual que lo hizo mi primo el Vagón 432 (léete sus confesiones aquí, que están buenísimas [inserta enlace al artículo original]).
Fui joven, plano y firme. Hoy… soy un colchón resentido
Cuando me instalaron allá por el año 86, era orgulloso, resistente y con estructura europea. Nadie me ganaba en postura ergonómica.
Pero el tiempo, las nalgas sin misericordia y el peso de las vivencias me han dejado hundido, vencido… y algo rencoroso.
He sentido desde carajitos con rodilleras hasta tías con la compra del mes. Y créeme, pana, no hay columna que aguante la mala postura y el chisme ajeno por 40 años.
Las especies que se posan sobre mí
Aquí no hay National Geographic que alcance. Esto es zoológico sobre rieles.
- El dormilón desmayado: Me usa como cama cinco estrellas. Babea, ronca y se desparrama como si yo no tuviera dignidad.
- La mamá con el muchachito inquieto: Uno se sienta, el otro me patea. ¿Y mi paz mental, dónde queda?
- El que se sienta sin preguntar si estoy libre: A veces estoy mojado, roto, con chicle pegado… pero no, él llega y se lanza sin mirar. ¡Coherencia, hermano!
- El del pantalón blanco después del aguacero: Te vas a parar con mapa de humedad, compadre. ¡Yo advertí!
Los momentos incómodos que nadie menciona
Mira, yo soy testigo silencioso de lo peor:
- Declaraciones de amor fallidas.
- Gente comiendo empanadas con salsa sin panita protector.
- Niños jugando al “cohete espacial” mientras yo tiemblo del susto.
- Y sí… flatulencias furtivas. El crimen sin rostro.
¡Estoy harto! ¿Y saben qué es lo más fuerte? Que nunca me dan las gracias. Uno soporta todo y ni un “gracias por aguantarme la cola” le dicen a uno.
¿Y cuándo me rompen?
Ese momento en el que escucho: «¡Ay, se hundió!»
No es un efecto de sonido.
Es mi alma quebrándose.
Me han parchado con cinta plástica, con alambre, con tapas de empanadas y hasta con una carpeta del Ministerio. ¡Eso no es mantenimiento, es brujería urbana!
Pero también cargo a los que no tienen más
Al igual que el Vagón 432, yo también veo cosas que me hacen aguantar un día más:
- Al abuelo que se sienta con cuidado y me acaricia como quien agradece un descanso.
- A la mamá embarazada que por fin consigue un huequito después de que un joven le cedió el puesto (¡milagro!).
- Al chamo que va pa’ su entrevista con la camisa planchadita, temblando pero firme.
A esos… los cargo con cariño, aunque esté medio roto.
¿Conclusión? ¡Respeten al asiento!
No soy decoración.
No soy sofá de sabana.
Soy el héroe anónimo del vagón, el psicólogo de tus nalgas, el testigo mudo de esta ciudad que aunque ruge, también resiste.
Así que la próxima vez que te sientes:
- Mira si estoy seco.
- No pongas los pies.
- Y si puedes, déjame libre para alguien que lo necesita más que tú.
Gracias por escuchar mis quejas.
Yo seguiré aquí, en mi puesto de siempre… esperando la próxima nalga con resignación.
Firmado: El Asiento del Metro
(Sobreviviente. Mártir. Héroe urbano).