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En Venezuela, hacer cola no es solo una actividad: es una institución. Pero hay una en especial que trasciende lo económico y se convierte en religión, en punto de encuentro, en red social viviente: la cola del pan. Ese espacio donde la esperanza huele a levadura y el tiempo se mide en panes por minuto.

¿Te has dado cuenta de que uno puede pasar más tiempo haciendo cola por pan que comiéndoselo? Porque sí, el pan se acaba rápido, pero el cuento se queda contigo pa’ siempre. Quédate y acompáñanos en este homenaje criollo al lugar donde nacen los chismes, se hacen amistades y hasta se organizan golpes de Estado… verbales.

Un ritual ancestral (versión venezolana)

Desde los tiempos en que el pan costaba menos que un chicle y no venía por número de cédula, la cola del pan ha sido ese espacio sagrado donde el pueblo se reúne a hacer lo que mejor sabe hacer: hablar paja y sobrevivir.

Y no importa si estás en La Pastora, en Barquisimeto o en Tucupita: la dinámica es la misma. Se forma una fila, alguien pregunta:

“¿Quién es el último?”
Y comienza la magia.

La cola como red social criolla

Olvídate de Instagram. La verdadera red de información nacional se llama cola del pan. Aquí te enteras de:

  • Quién se fue del país sin avisar
  • Que al bodeguero le llegó harina
  • Que la señora del 5to piso está saliendo con el mecánico
  • Que mañana llega el camión del gas (o eso dicen desde hace tres meses)
  • Que al final, el pan llega, pero «poquito y sin forma”

Mientras tanto, tú haces amigos, enemigos, y hasta ligues que no pasan del “buenos días vecina”. Porque sí, en la cola del pan también se coquetea, aunque huelas a sudor de 10 am.

El tiempo en la cola: más lento que el internet ABA

Hacer cola por pan es como entrar en una dimensión paralela. El reloj se detiene, el sol te derrite y el vigilante no da explicaciones. Solo hay una certeza: el pan “está por salir”. Y tú, como buen creyente del milagro, te quedas.

Mientras tanto:

  • Un señor se duerme de pie.
  • Un niño se pone a vender caramelos.
  • Alguien saca un radio y pone gaitas en abril.
  • Y tú ya sabes que ese pan, cuando salga, no te va a durar ni media hora en la casa.

¿Quiénes hacen vida en la cola del pan?

La señora intensa:

Pregunta cada dos minutos si ya están sacando pan. Mira feo. Cuenta gente como si fuera censista. Se para pegada a la reja “pa’ que no se metan”.

El conversador profesional:

No vino por pan. Vino por conversación. Te cuenta su vida, la de su ex, y la historia de cómo sobrevivió con una sola arepa por semana en 2017.

El infiltrado:

No pregunta “quién es el último”. Solo se pega cerca y mira como si siempre hubiese estado ahí. Ojo: peligroso y especialista en hacerse el loco.

El vendedor ambulante:

Aprovecha el gentío pa’ vender café, cigarrillos sueltos, chupetas, y hasta los mismos panes por los que estás esperando (a otro precio, claro).

¿Y si no llega el pan?

Eso, amigo lector, también es parte del ritual. Hay días en que el camión no llega, el horno se dañó, el panadero se fue del país, o simplemente no hay harina. Y tú igual te quedas, porque ya invertiste dos horas de tu vida ahí.

Pero no todo está perdido: te vas con un nuevo chisme, una invitación al grupo de WhatsApp de la cuadra, o una conversación existencial sobre si este país se arregla o no.

¿Por qué seguimos haciendo la cola del pan?

1. Porque el pan es símbolo de esperanza

Así como la arepa es la reina de la cocina, el pan es el anhelo cotidiano. Es lo que acompaña el café, el queso, la mortadela y el silencio de una nevera vacía.

2. Porque somos sociables por naturaleza

El venezolano habla hasta con un poste, y la cola es el mejor escenario para desplegar todo su repertorio social.

3. Porque sí, a veces, el pan llega…

Y cuando llega, sabe a gloria celestial. Aunque esté aplastado, insípido o quemado por debajo. Porque no es solo pan, es victoria.

Pan caliente, pueblo caliente

La cola del pan no es solo una necesidad, es un fenómeno sociológico, político y espiritual. Es el equivalente venezolano a una asamblea popular. Un espacio donde el pueblo habla sin filtros, se desahoga y se ríe de su desgracia mientras huele el tueste del pan que aún no ha salido.

Así que, la próxima vez que te toque hacer cola, respira hondo, lleva tu banquito, y prepárate para vivir una experiencia 100% venezolana: donde quizás no haya pan, pero nunca faltará el chisme, la queja, el “Dios proveerá” y una carcajada compartida.