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En Venezuela, pocas cosas tienen el poder de reunir a una familia, de generar intensos debates culinarios y de evocar tanto orgullo como una buena arepa dominical. Si bien las arepas son el pan de cada día en cualquier hogar venezolano, el domingo adquiere una mística especial, convirtiéndose en un ritual sagrado que desafía el tiempo, el hambre y, por supuesto, el ingenio en la cocina.

Entre el humor y el análisis histórico, se adentra en el fascinante mundo del Domingo de Arepas, donde la competencia por ver quién prepara la mejor arepa es tan seria como la final del Miss Venezuela, y donde la receta ‘secreta’ de la abuela siempre parece cambiar según lo que haya disponible en la nevera. Porque, al final del día, la arepa no solo es comida: es tradición, cultura, y una fuente inagotable de discusiones familiares.

Orígenes del domingo de arepas: Entre la historia y la leyenda

Para entender la magnitud de este evento semanal, debemos remontarnos a los inicios de la arepa en la historia de Venezuela. Aunque su consumo data de tiempos precolombinos, su establecimiento como el desayuno oficial de los domingos parece tener raíces en una evolución cultural que combina la necesidad de reunir a la familia, el descanso del trabajo y, por supuesto, el amor por los carbohidratos.

Los domingos, día en el que la rutina laboral y las prisas matutinas desaparecen, se convierten en el escenario perfecto para que las arepas brillen como protagonistas. En muchas familias, la abuela es la encargada de preparar la masa, mientras los demás se alinean para aportar sus ideas creativas o para, simplemente, discutir. Y no es cualquier masa: es la que ha sido cuidadosamente amasada para lograr la textura perfecta, esa que no es ni muy suave ni muy dura, y que debe tener el «tostadito» justo.

El comité de evaluación de arepas

El Domingo de Arepas no es solo una experiencia gastronómica, sino también una ceremonia social en la que todos los miembros de la familia se convierten en críticos culinarios. Tal como en cualquier concurso, hay un comité de evaluación que, sin ser invitado, toma su puesto con seriedad: tus primos, tías y cuñados, todos con opiniones extremadamente contundentes sobre si la masa quedó demasiado gruesa, si le faltó sal o si las arepas no alcanzaron ese nivel de «crocancia» tan preciado.

Es aquí donde el drama comienza:

  • Tía Carmen: «¡Pero niña, esta arepa está seca! ¿Dónde quedó la receta de la abuela?»
  • Primo Juan: «A mí me gusta que queden un poquito quemadas por fuera, pero esta está más blanca que la harina sin amasar…»
  • Mamá: «Pues yo prefiero hacerlas a la plancha, pero parece que hoy se les pasó la mano con el fuego.»

Cada comentario es una daga en el corazón del que preparó las arepas, pero también un incentivo para mejorar la próxima vez. Porque, en el fondo, estas críticas son parte del juego: son la salsa que adereza la experiencia familiar, creando ese clima de tensión amablemente competitivo que caracteriza las reuniones de domingo.

La arepa perfecta: Mito o realidad

Hablar de la arepa perfecta es adentrarse en un debate filosófico que, sin exagerar, podría llenar libros enteros. ¿Es la arepa de masa fina y crujiente, o la gorda y esponjosa la que se lleva la corona? ¿Debe tostarse lentamente para conseguir ese «doradito exacto», o el secreto está en el relleno? Cada familia tiene su teoría, y cada abuela, su receta secreta, que varía según lo que haya disponible en el país en ese momento.

En tiempos de bonanza, las arepas solían ir cargadas con el lujoso “reina pepiada”, ese majestuoso relleno de aguacate, pollo y mayonesa. Pero, con el paso de los años y las variaciones económicas, el relleno se ha adaptado a lo que haya en la despensa. Así, es posible encontrar rellenos tan creativos como «perico sin huevo» (solo tomate y cebolla) o el clásico «queso rallado con un toque de margarina», porque hasta en los momentos más difíciles, el venezolano no pierde su habilidad de crear algo delicioso con lo poco que tiene.

La guerra fría del aguacate

En este contexto de tradiciones culinarias, pocos ingredientes han causado tanto controversia como el aguacate. Aunque es un clásico acompañante de la arepa, también se ha convertido en fuente de tensiones. Para algunos puristas, la arepa debe llevar queso, jamón, carne mechada o incluso cochino frito, pero el aguacate sigue siendo un tema divisivo.

En medio de la preparación dominical, no faltará la abuela que, con mirada crítica, vea con desdén a quien intente agregar aguacate en lugar de queso. “Eso es una herejía”, puede murmurar mientras revuelve la masa con un poco más de intensidad. Pero, por otro lado, la juventud moderna ha abrazado el aguacate como un símbolo de frescura, e incluso han llegado a bautizar la combinación de aguacate con otros ingredientes como la «arepa hipster».

El verdadero drama se desata cuando alguien aparece con un aguacate gigante y propone que, esta vez, sea el protagonista del relleno. Ahí es cuando el comité de evaluación entra en acción:

  • Tía Marta: «¡Aguacate con arepa! ¡Por Dios, esto no es California!»
  • Primo Carlos (el más joven y atrevido): «Tía, el aguacate es saludable, además le da un toque de frescura. ¡El queso ya pasó de moda!»

Y así, en medio de bromas, críticas y risas, se desarrolla una verdadera batalla de generaciones, donde la modernidad se enfrenta a la tradición. Sin embargo, al final del día, todos disfrutan su arepa, ya sea con queso, aguacate o incluso algún invento loco de última hora, porque, al fin y al cabo, lo importante es comer juntos.

El drama de las colas: El último en la parrilla

Otro de los momentos críticos del Domingo de Arepas es la distribución de las arepas en la parrilla o sartén. Con una familia numerosa, es inevitable que se forme una cola invisible donde cada quien espera su turno, siempre con la esperanza de que no le toque la última (y la más quemada).

Es en este momento cuando emerge el maestro de la parrilla: aquel familiar que toma el control de la cocina y decide el destino de cada arepa.

  • «¡Esa es la mía!» – grita alguno, tratando de asegurar su premio antes de que otra persona lo reclame.
  • «¡No, no, yo la pedí primero!», exclama otro mientras vigila que su arepa no quede demasiado tiempo en el fuego.

Y así, entre negociaciones y maniobras, se reparte el tesoro más preciado del domingo. Porque en la cocina de un hogar venezolano, cada arepa cuenta, y quien la prepare mejor, se gana el respeto de toda la familia (al menos hasta el próximo domingo).

El ritual de nunca acabar

Al final del día, el Domingo de Arepas es mucho más que una tradición gastronómica. Es un ritual familiar, una experiencia que combina el placer de la comida con el arte de la crítica constructiva (y no tan constructiva), y una excusa perfecta para reírse juntos.

Porque, aunque las arepas cambien, los ingredientes varíen y los rellenos se adapten a los tiempos, lo que nunca faltará es el amor, las discusiones y las ganas de disfrutar de un buen desayuno en familia.